Capitulo 5
Al
salir a la calle me siento libre, libre de tanta presión. Ojalá me llamen.
Miro
la hora en el celular de la prehistoria, es un Samsung GT – B3410. Son las
11:45 de la mañana, todavía es temprano para ir a trabajar en la tienda, iré a
dar una vuelta en la moto para conocer un poco Londres, luego almorzare algo. Aquí
no acostumbran a almorzar, pero todavía no me adapto.
La moto la guarde en un estacionamiento a 3
cuadras de aquí, asique aprovecho a mirar tiendas que voy pasando en el camino.
Me detengo en una que tiene un vestido negro, con lentejuelas en la vidriera, es como los que me gustan a mí.
Entro
en la tienda y pido probármelo. Me atiende una chica, que no debe ser más
grande que yo, que se llama Lucía.
Cuando me lo pongo, me queda perfecto, es
entallado al cuerpo, la parte de adelante tiene lentejuelas negras y atrás es
liso, es cortito y con cola, es sin mangas.
Me
encanta.
Veo el
precio y casi me da un infarto, sale dos mil quinientos dólares. Es mi sueldo
completo. Al ser nueva, me pagan poco.
Me
llama Lucía y me pide que le muestre como me queda. Cuando se lo muestro se
queda impresionada.
-
¿Se lo lleva? –
-
Mmm… No, no tengo la
plata. Pero cuando la junte, prometo comprármelo. – Le digo sonriéndole
-
Entonces, se lo guardo
–
-
No, está bien. No creo
que junte la plata muy pronto-
-
No se preocupe, se lo
guardo hasta 2 meses, será nuestro secreto
-
Muchísimas gracias Lucía, eres una chica muy
dulce. –
Me
cambio y le doy el vestido a Lucía, que ella me asegura que me lo va a guardar,
yo se lo agradezco y me voy.
Al
llegar donde está la moto, me quedo ahí, parada, mirándola, volviendo al
pasado. Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás y evitar el accidente,
evitar el dolor, evitar todo, lo haría, pero no se puede, nunca se podrá. Si
fuera así, tendría a mi hermana viva.
Algún
día tendré que enfrentarme con los fantasmas del pasado, pero hoy no es ese
día.
Me
acerco a la moto y me pongo el casco, desde que paso el accidente, no eh dejado
de usarlo. Me subo y de repente me siento observada, miro a todos lados y veo
la razón. Unos metros más allá, un hombre sobre una moto me está mirando. No
puedo verle la cara porque tiene un casco con vidrio oscuro, pero se nota que
es un hombre grande y fornido.
Dejo
de mirarlo porque me da miedo, arranco la moto y me voy. Deben ser ideas mías,
pero pareciera que me siguiera. ¡Dios! Hoy ha sido un día de locos y recién
empieza.
Estoy
en medio del puente de Londres comiendo un sándwich, la vista es hermosa, muy
bella.
Cuando
tenía dieciséis años y mi hermana seis, hicimos una lista con cosas ridículas que
nos gustaría hacer de grandes y uno de ellos era comer un sándwich en el puente
de Londres y contar chistes tratando de no reírnos para que no se nos escapara
la comida.
Yo lo
estoy cumpliendo excepto por la parte de contar chistes, porque no tengo a nadie
a quien contarle, me falta ella.
Lágrimas
caen por mi cara como una cascada, no puedo detenerlas.
La
extraño tanto.
Algún
día cumpliré todos los sueños que teníamos en esa lista. Lo haré, por ella.
Después
de unos minutos de desahogarme, me seco las lágrimas y me coloco el casco, he
dado vueltas por el centro de Londres durante dos horas y media, no me aleje
mucho del lugar donde trabajo por miedo a perderme.
Es
hora de ir a trabajar.
Son
las dos y media de la tarde y entro en media hora, hoy adelanto una hora para
pasar más tiempo con mi amiga esta tarde.
Bien,
he llegado a horario.
El
local es chico, al entrar te encuentras a 5 metros del mostrador y detrás del
mostrador esta el depósito que se entra con huella digital, tenemos 3
cambiadores que están del lado derecho del mostrador, y pasillos de ropa del
lado izquierdo.
Al
entrar me encuentro con Mónica, mi jefa, que está con un cliente.
-
Perdone señor, deme
unos segundos… - le dice al cliente – Hola Emilie, ven, te necesito. – me dice en
castellano mientras me lleva al depósito – Necesito que guardes el pedido que
ha llegado. –
-
Si, por supuesto. – le
respondo y ella se va dejándome con un montón de cajas, diría que 40 por lo
menos.
Mónica
sabe que me cuesta hablar el inglés y gracias a dios ella habla algo de
castellano, aunque no tanto pero a veces la ayudo.
Al
cabo de una hora entra Mónica.
-
Emilie, necesito que
atiendas un cliente muy importante. – Me dice muy seria.
-
Claro, pero todavía no
he terminado. –
-
No te preocupes,
Samanta lo hará por ti. – me dice con ímpetu. Samanta es la otra empleada que
trabaja desde hace 3 años. – De verdad necesito que lo atiendas, pero hazlo con
respeto es un importante empresario, no puedo decirte quién es. –
¡Uau!
Mónica parece nerviosa y asustada, el empresario debe ser muy importante.
-
No hay problema, pero
Mónica acuérdate que no puedo hablar muy bien el inglés, puedo llegar a decirle
algo malo equivocadamente y no me daré cuenta. – Le digo preocupada.
-
No te hagas problema,
creo que él habla algo de castellano, cualquier cosa le preguntas y ya. – Me
dice nerviosa – Ahora vete que está esperando, está en el vestidor número tres.
– me va hablando mientras me va empujando.
Salgo
disparada, literalmente, al vestidor número tres.
Al
llegar me encuentro con un hombre alto, debe medir 1,90, de espalda ancha y en bata.
¡Madre
mía!
Gracias
a dios que está de espaldas a mí, porque si viera mi cara de boba seguro se
reiría o se sentiría muy incómodo.
Como
puedo, trato de hablar y en inglés.
-
Disculpe, señor… - le
digo y se da la vuelta con rapidez.
¡Oh
por dios! ¡Tiene ojos color lila! No sabía que había ese color en ojos y debo
decir que es impresionante.
Examino
un poco su rostro.
Su
pelo es de color negro, un negro azabache y su boca, oh que linda boca, tiene
unos labios increíbles, ni muy gruesos, ni muy finos. Perfectos para besar.
Pero
dios que me pasa, yo no soy de esas, que piensan en nada más que acostarse con
estos tipos.
Soy una chica bien educada, que sabe que estos
hombres son peligrosos, por mala experiencia debo decir.
-
Jeason… Mi nombre es
Jeason. – dice tendiéndome la mano.
Y me
doy cuenta que no me ha dicho su apellido, sino su nombre. Yo no me presentaría
con mi nombre sino sé quién es la otra persona. O a lo mejor me ha dicho su
apellido y yo creo que es el nombre. Mmm… tendré que averiguarlo.
-
¿Está todo bien? – me
pregunta al ver que no me he movido, ni dicho nada.
-
Si, disculpe – Le digo
tendiéndole la mano, agarro la suya y me arrepiento.
Es impresionante, electricidad corre por mi
mano, nunca había sentido esta conexión antes. Bueno en realidad, sí, y no
termino bien esa historia. La suelto enseguida.
-
¿En serio se encuentra bien? Parece asustada.
–
-
No, no. Es solo que me
sorprende que me haya dicho su nombre y no su apellido. – le suelto. Lo miro a
los ojos y me vuelvo a hipnotizar, entonces veo sus labios y parece… ¿Contento?
-
Me ha pillado – dice y
se ríe. ¡Uau! Tiene una risa hermosa, pero algo me dice que no se ríe muy a
menudo. – Es que la empresa de la que soy dueño lleva mi apellido, ya que antes
era de mi padre, y no me gusta incomodar a la gente – Vaya, es sincero.
Me
gusta.
-
Sí, lo entiendo – le
respondo algo avergonzada – Solía pasarme. – Sonrío con pesar. Pero que me
pasa, eh dicho más de lo que debería.
-
Vaya. ¿Y se puede saber
por qué? –
-
¡No! – Lo miro y me
arrepiento por mi reacción – Lo siento, quiero decir que no, no puedo contarle,
discúlpeme. –
Me
mira un rato con esos ojos que parecen que pudieran leerme y saber todos mis
secretos.
¿¡Pero
qué me pasa!?
Estoy
tarada.
-
No hay problema. ¿Y su
nombre es…?- Y deja la pregunta en el aire
-
Emilie, me llamo Emilie – le digo mi segundo
nombre, al igual que a todos los desconocidos.
Solo
mis amigos y mi familia me llaman por mi primer nombre. Y él no va a ser la
excepción.
-
Emilie – Prueba mi
nombre y suena…carnal.
-
Dígame señor Jeason
¿Qué necesita? –
-
Bien, hoy solamente
comprare un traje. Ah y una camisa. Es para una cena de negocios. ¿Usted que me
recomendaría? –
¡Apa!
Estoy en un problema, sé combinar ropa, pero trajes…Mmm, no, nunca lo eh
intentado. ¿Qué le digo?
-
Dis... Discúlpeme señor
Jeason pero nunca eh combinado o ayudado a probar trajes para ciertas
ocasiones. – Le digo mirándolo a los ojos – Solo llevo trabajando unos 4 días
aquí –
Espero
que no se enoje.
Ese es
el problema de trabajar con estos hombres, siempre son cambiantes.
¿Quién
los entiende?
-
Muy bien, entonces
practicara conmigo. Sere su… ¿Cómo llamarlo? Muñeco – Me dice abriendo los
brazos
¿Me ha
dicho que será mi muñeco?
Está
loco.
-
Prometo no reírme, ni
burlarme de usted. ¿Qué dice? –
Sip,
realmente loco.
-
No me parce buena… -
-
No acepto un “No” por
respuesta señorita Emilie. No perderá nada con intentarlo. – Me dice
interrumpiéndome.
-
Solo si promete no
decir nada respecto a mis elecciones –
-
Trato echo – Me dice
tendiéndome la mano.
Mmm…
No creo que deba agarrarla.
-
Excelente. – le
respondo mirando su mano, y luego a sus ojos ignorando su mano – Iré a buscarle
un traje – doy media vuelta y salgo del vestidor dejando al señor Jeason
sorprendido por mi reacción.
Ni
loca le vuelvo a dar la mano, no quiero que se dé cuenta de la sensación que me
provoca.
Llego
a la parte donde están los trajes y con mi mano derecha, recojo 3 de diferentes
colores, uno de color negro, el otro de blanco, y el último de un gris claro.
Luego
voy a la sección de camisas y las tomo con mi mano izquierda elijo una de color blanco, otra de color
salmón y la última de color gris.
Espero
que alguna combine.
Bien,
veamos qué le parecen al señor Jeason.
Cuando
vuelvo y entro al vestidor, él está sentado con los codos sobre las rodillas,
en una mano tiene el teléfono, por el cual está hablando, y la otra mano la
tiene en la nuca.
Si lo
conociera, diría que está preocupado y algo cansado.
-
…No, dile que el lunes
a las 9… Si, y que él también esté… Dile que es una situación importante…Si,
si, adiós. – Y cuelga
Levanta
la mirada y me ve.
-
Señorita Emilie. – Suena sorprendido. – ¿Qué
me ha traído? – Se levanta y se acerca.
No
puedo dejar de mirarlo a los ojos.
-
Señor Jeason le he traído
tres trajes de colores diferentes como podrá ver. –
Me está
costando mucho hablar en inglés, y con los colores… Mmm, te la debo.
¿Pero
cómo le pregunto?
¿Y si
no habla en castellano cómo dijo Mónica?
Ya
fue, se lo pregunto.
-
¿Señor Jeason, usted
por casualidad, sabe hablar en español? –
Listo,
se lo pregunte.
¡Dios!
Que nerviosa que me hace poner, es solo una pregunta.
-
Casualmente, si
señorita Emilie, se hablar en español. ¿Por qué lo pregunta? – me dice
levantando una ceja.
-
Es que…. Soy Argentina
y me cuesta muchísimo hablar el inglés – le respondo en castellano.
-
¡Vaya! Una Argentina,
quién lo diría. – me responde en castellano. ¡Pero qué chulo! Me encanta como
habla, pero también me da risa.
Y de
repente me ataca la risa y no puedo parar.
El
señor Jeason me mira incrédulo, debe pensar que me he escapado de un manicomio
o algo parecido.
Pero
después de unos segundo, el también se ríe.
Ya
somos dos los locos.
-
Mi… Mil disculpas señor
Jeason, es que… Es que suena muy diferente y la… Y la... - No puedo dejar de
tartamudear, estoy muy tentada.
-
No se preocupe señorita
Emilie, la verdad es que a mí también me dieron ganas de reírme cuando la
escuche, pero sabía que sería un maleducado si lo hacía y que me insultaría,
pero supe enseguida que no era inglesa.
Sus
palabras caen como un balde de agua fría.
Me he
reído de él y sé que lo he ofendido.
¡Mierda!
Mónica me matara cuando se entere.
-
Oh, lo siento tanto. No
pretendía ofenderlo, es que no pude contenerme. Por favor sepa disculparme, no
se… -
-
Por favor señorita
Emilie, no se disculpe. No me ha ofendido – Me dice sonriéndome – Me gusto
mucho verla sonreír. Tiene una risa preciosa. – Lo último lo dice en un
susurro.
-
Gracias. – me sonrojo. Nadie me ha dicho antes que tengo
una risa preciosa.
Lo
miro a los ojos y veo que tiene las pupilas dilatadas y su mirada es tan
cautivadora.
Respira
onda y aparta su mirada.
-
Muy bien señorita
Emilie, volvamos a los trajes y mientras podemos ir hablando de nuestras vidas,
como por ejemplo, me gustaría saber de qué parte de Argentina es usted. – Me
dice acercándose y tomando un traje de mi mano derecha, el gris claro.
Ah,
no. Eso sí que no.
Si no
comparto mi vida con mis tíos, menos lo voy a hacer con él.
Pero
que descarado.
-
No comparto mi vida con
desconocidos señor Jeason. – le digo alejándome de él y acercándome a colgar
los trajes.
-
Técnicamente no soy un desconocido
señorita Emilie –
Me doy
vuelta y lo fulmino con la mirada.
-
No sé nada acerca de
usted señor Jeason. Podría ser un millonario de una gran empresa, como dice
usted, o un psicópata a punto de matarme. –
-
Nunca dije que era
millonario señorita Emilie. – Me responde acercándose.
-
¿Entonces qué es? ¿Un
empresario pobre? – le levanto una ceja
-
No. Soy billonario
señorita Emilie – Y mientras lo dice puedo ver que es arrogante y creído.
-
Bueno pero también
puede ser un psicópata –
-
Si, a lo mejor lo soy –
Me
quedo helada y él se ríe.
-
Está jugando conmigo
¿Verdad? – le pregunto perpleja.
A lo
mejor si es un psicópata después de todo.
-
Así es. No soy un
Psicópata, o un maniático. Va, eso creo. – me responde con una sonrisa.
Y de
repente me doy cuenta de que está a un paso de distancia.
Muy
cerca para mi gusto.
-
Disculpe mi error señor Jeason. – le digo
sarcásticamente.
Él no
dice nada, en su lugar levanta una mano y me coloca un mechón, rebelde que se
me salió de la colita, detrás de la oreja.
Él
abre la boca y la vuelve a cerrar.
-
Necesitaría la camisa
blanca señorita Emilie – me dice lo último tan cerca mío que puedo sentir su
aliento rosando mis labios.
Debo
alejarme, el es un hombre de treinta y pocos, y de seguro debe estar casado o
debe tener una novia supermodelo. Vamos, lo típico.
“Y
parece peligroso” me dice una vocecita en mi cabeza.
Recuerdos
de mi ex vienen de repente a mi mente en segundos.
Doy un
paso hacia atrás.
-
Pruébese el traje por
favor. Oh, y la camisa blanca. Aquí se la dejo – le digo lo ultimo mientras le
dejo la camisa en un sillón que hay en una esquina.
-
Sí, claro. Disculpe. –
me responde dándose la vuelta.
-
Le dejo las otras
camisetas aquí también. – le digo mientras me acerco a la puerta. – Estaré
afuera. – salgo rápidamente.
Una
vez que estoy afuera respiro hondo y apoyo mi espalda en la pared, al lado de
la puerta.
Eso sí
que fue intenso. Que nervios.
No
debo acercarme a él, no debo acercarme a ningún hombre, ya no confío en ellos.
Hace
mucho, antes de la tragedia (que les contare más adelante, porque seguramente
se mueren de intriga), salí con un chico que era parecido al señor Jeason,
alto, elegante, varonil, muy apuesto debo decir. Al principio, todo fue
maravilloso. Al año de salir con él me mude a su departamento y estábamos
felices, pero después de que yo cumpliera los 19, todo cambio…
-
¿Señorita Emilie? – el
señor Jeason me llama, asustándome, desde la puerta.
Me
alejo de la pared y me acerco a la puerta del vestidor.
Al
entrar, me quedo petrificada. Está de espaldas a mí y de frente al espejo.
Esta
impresionante, se le marcan todos los músculos de la espalda y de los brazos.
-
¿Cómo me queda? – me
pregunta mirándome a través del espejo con una sonrisa. Sabe que le queda
impresionante el muy arrogante.
Ja,
hasta me salió un versito.
-
Le… le queda muy bien
señor Jeason – le respondo tartamudeando y mirando sus ojos por el espejo.
Pero si hasta el habla
me ha sacado.
-
Me alegro, me gusta
mucho este color. –
Pff… a
mi más. Me hace acordar a Christian Grey.
Se me
cae la baba solo de pensar en ese bombonazo.
-
¿Me ayudaría con el
nudo de la corbata, señorita Emilie? – me dice levantando una ceja y con una
sonrisa. Oh! ¿Lo está haciendo apropósito?
No sé
si pueda estar cerca de él.
No puedo,
se que entrare en pánico, siempre me pasa lo mismo.
Es muy
atractivo pero no me confío, tiene algo en esa mirada que me dice ¡Peligro!
Mi
antiguo novio también era muy atractivo y su mirada decía lo mismo, y nuestra
historia no termino bien.
“Todavía
no termina” me dice la voz en mi cabeza.
El
dolor y el miedo que deje atrás hace unos meses, ha vuelto.
-
¿Señorita Emilie, se
encuentra bien? Esta muy pálida. – de repente lo tengo a unos centímetros de mí
y me mira con ojos preocupados. No sé en qué momento se ha movido – ¿Emilie? –
se acerca más y me toma la mano – Ven, siéntate. –
Y ese
contacto es suficiente para recordar.
Recordar
el dolor, la angustia, la rabia y el miedo.
-
¡No! – le digo
soltándome de su mano, y me mira asustado. Me doy cuenta de que es porque lo he
gritado – No, estoy bien. Es que me he levantado algo descompuesta y no se me
ha pasado, pero seguro que no es nada grave. – le digo más tranquila y me alejo
un paso – lo ayudare con la corbata. –
Tengo
que tranquilizarme y relajarme, es solamente un cliente.
“Si,
un cliente que te coquetea y tu le respondes.”
La
vocecita en mi cabeza ya me tiene harta.
Voy
hasta el sillón que está al lado del espejo, y al lado del que está en la
esquina, y recojo una corbata gris.
Cuando
levanto la mirada, veo que me está mirando el culo. Hombres.
Me doy
la vuelta para enfrentarlo y él alza la mirada.
Es
hora de ponerle un alto a todo esto.
-
Señor Jeason, le
agradecería que no me mirara la cola, porque sí, lo he pillado, y que se guarde
sus comentarios y sus maneras de coquetear porque conmigo no funcionan. –
“Mentirosa”
dice la vocecilla en mi cabeza.
-
Pero… -
-
Ah, y que también se
mantenga alejado, a menos que yo me le acerque para hacer mi trabajo como
corresponde – le interrumpo.
Me
mira algo sorprendido, puedo decir.
-
Eh… ¿Señorita Emilie?
En realidad estaba viendo que tiene algo colgando de su bolsillo izquierdo,
parece un trapo. – dice acercándose.
¿Un
trapo?
Agarro
la corbata con la mano derecha y llevo mi mano izquierda detrás mío a la altura
del bolsillo y efectivamente toco algo que parece un trapo.
Lo
saco y lo miro, es algo negro con corazones rosas, no sé que puede ser.
Lo
estiro y ¡Bum!
Es una
de mis bombachas.
Y está
limpia.
¡Oh
por dios! Esto es demasiado vergonzoso.
Creo
que estoy morada.
-
Vaya… Lindo color – me
dice.